“Por eso el Padre me ama, porque yo doy mi vida para
tomarla de nuevo” . (Juan 10:17)

En todo caso, eso no menguaba la fascinación que
tenía por sus manos, el saberlas especiales, aunque ,claro, debía admirarlas
desde lejos y en silencio, como una especie de amor prohibido.
Sí, yo amaba las manos de mi padre , porque
en innumerables ocasiones fueron ellas las que me incorporaron del suelo,
sacudieron el polvo de mi ropa, y tomaron las mías, para encaminarme por la
senda correcta. Las amaba además porque fueron las enfermeras que me pusieron
paños y fomentos buscando bajar mis fiebres; las artesanas que reconstruían
los juguetes que yo inocentemente dañaba; y, las obreras que laboraban a
toda hora para que no falte el pan de cada día en la mesa.
Amaba las manos de mi
viejo, porque en su tosquedad fueron tiernas para dirigir la cuchara hacia mis
labios, llevando medicina o alimento ; fueron diligentes para pasar las
hojas de los libros que acostumbraba a leerme; y, fueron mágicas para
sostener el lápiz , con el cual me enseñó a dibujar esas primeras letras,
palabras y frases, que hoy me sirven para escribir mensajes como éste,
cargados de gratitud.
Sus manos fueron también guías acuciosas para
mostrarme tres cosas : por dónde sale y se oculta el sol; cómo debería abrir
las mías cuando alguien solicite ayuda; o de qué manera juntarlas en
oración, para adorar, pedir y agradecer al Padre Eterno.
Pero debo admitir que fueron también manos que
se crisparon sobre mi humanidad, a la hora de reprender mis desatinos.
Ha pasado el tiempo; mi padre ya no está conmigo;
se fue hace 27 años sin conocer el secreto de este amor, amor que de un tiempo
a esta parte he dirigido a otro par de manos , a las cuales me estoy
aferrando incondicionalmente, para sentirme seguro, protegido, valioso. Son
manos que me hubiese gustado conocer mucho más antes, manos que me han devuelto
la fe, la confianza, la seguridad y la firmeza; manos únicas, con las que no
tengo prejuicio de intercambiar caricias.
Querido amigo y amiga, ustedes lo hayan detectado
ya, indudablemente me estoy refiriendo a las gloriosas manos del Señor, del
Padre de los Cielos, a quien acudí hace ocho años .
Por eso, en un mes como éste, en que según la
tradición en nuestro país conmemoramos el mes del padre, recuerdo con amor y
gratitud las manos de mi viejo carnal, pero sin olvidar el compromiso de seguir
durante todo el tiempo y hasta el fin de mi existencia, tributando amor y
honra a las manos de mi Viejo Celestial.
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